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El Señor Bao enjuicia la piedra

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La historia de hoy es “El Señor Bao enjuicia la piedra”

Muchos años atrás, hubo un honesto funcionario de apellido Bao.

La gente del pueblo lo respetaba mucho, pues siempre era imparcial y desinteresado en sus juicios.

Un día, el Señor Bao vió que un niño lloraba muy triste al lado del camino.

Se acercó al él y le dijo: “¿Por qué lloras jovencito?”

El niño, sin contener el llanto, le dijo: “Se me perdió el dinero. Esta mañana, vendí aceite aquí, de pie, y había obtenido cien monedas de cobre. Y ahora, se me ha perdido.”

El Señor Bao preguntó: “¿Cómo desaparecieron?”

El niño dijo: “Después de vender todo el aceite, me sentí muy cansado y me dormí apoyado en esta piedra. Al despertar, ví que ya no estaban las monedas.”

Después de escuchar el relato, el honesto Bao dijo con tono afirmativo: “Estoy seguro de que esta piedra te ha robado las monedas. Déjame interrogarla.”

Mientras ordenaba a su guardia golpear la piedra, inquirió: “¡Di toda la verdad!, ¿eres tú quien ha robado el dinero?”

Los gritos del Señor Bao atrajeron a una multitud de personas. Al verlo, se echaban a reír. “Pero, ¡qué perturbado está el Señor Bao!, ¿qué le pasa al Señor Bao?, ¿acaso la piedra habla?”

“¿Qué dicen?”. El Señor Bao se enojó y volteó. “¿Se atreven a censurarme diciendo que estoy perturbado? ¡Voy a castigarlos a ustedes también! ¡Cada uno pagará una multa de una moneda de cobre!”

De pronto, reinó el silencio. Sin decir palabra alguna, cada cual sacó una moneda de sus bolsillos para echarla en la cesta del Señor Bao, quien fijaba atentamente la mirada en cada una de las monedas cobre que caía. Uno, dos y hasta tres…

De súbito, brillaron los ojos del Señor Bao y miró a un hombre vestido de negro. Y dijo con tono afirmativo: “¡Tú eres el ladrón, devuelve el dinero!”

El sujeto se asustó, mientras los demás, desconcertados, no comprendían la razón.

“¿Cómo sabe usted que él es el ladrón?”, preguntaron al Señor Bao. “Sí, ¿cómo sabe usted?, ¿cómo puede afirmar que el robó el dinero?”

El Señor Bao tomo la moneda. “¡Miren!, ¡miren esta moneda!”, dijo. “Esta es la que aquel tipo arrojó. Está manchada de aceite. Todas las demás están limpias. Esta está aceitosa, por lo tanto, pertenece al niño. Estoy seguro, pues el niño, al recibir el dinero con sus manos, las manchaba con aceite.”

Todos se convencieron del juicio y gritaron hacia el hombre que estaba vestido de negro: “¡Devuélvele el dinero al niño!, ¡devuélvele el dinero al niño!”

El hombre no tuvo más remedio que devolver las monedas de cobre que había robado al niño.

El niño vendedor de aceite se alegró infinitamente: “¡Muchas gracias a usted, señor!, ¡cuánto le agradezco!”. Y tras una profunda venia al Señor Bao, volvió corriendo a su casa.

La historia ha terminado.